David Sánchez, hermano del presidente del Gobierno, se ha convertido en una figura incómoda para La Moncloa. Su nombre, hasta hace poco desconocido para la mayoría de los ciudadanos, ha aparecido en el centro de un escándalo que compromete la integridad del sistema de contratación pública y alimenta las críticas por nepotismo dentro del poder político.
El asunto ha sido llevado a instancias judiciales y David Sánchez está ahora ante un tribunal por supuestos cargos de abuso de autoridad y corrupción. El caso se centra en una posición creada exclusivamente para él dentro de la Diputación de Badajoz, donde fue nombrado como responsable de una oficina cultural sin que hubiera una verdadera demanda ni un proceso competitivo. De acuerdo con los investigadores, la selección fue simplemente una fachada con el único fin de validar su contratación.
Una posición sin valor práctico
El puesto ocupado por David Sánchez estaba vinculado a la coordinación de actividades en los conservatorios de la provincia, pero no existen pruebas de que ejerciera funciones concretas más allá de justificar su salario. La creación del puesto carecía de justificación administrativa, y fue impulsada por responsables políticos de la misma formación del presidente, lo que agrava las sospechas de favoritismo institucional.
El planteamiento del puesto —adaptado a su formación académica—, la ausencia de competencia y la celeridad en el proceso de contratación configuran un panorama de beneficio personal respaldado por la organización pública.
Protección política y estrategias de inmunidad
Tras la revelación del escándalo, David Sánchez presentó su dimisión. Sin embargo, poco después, el presidente de la Diputación que firmó su contratación accedió a un escaño en la Asamblea autonómica, obteniendo aforamiento. Esta maniobra ha sido interpretada como un intento de desviar la causa judicial a una instancia superior, dificultando así la acción de la justicia ordinaria.
El uso del privilegio parlamentario en este contexto ha despertado duras críticas por parte de juristas, medios y opositores, que denuncian un uso táctico de las instituciones para proteger a los implicados.
Un escándalo que afecta a todo el Gobierno
Aunque Pedro Sánchez no enfrenta cargos ni se encuentra oficialmente asociado al asunto, el costo político es innegable. La serie de polémicas en su círculo familiar y político afecta la percepción de renovación democrática que el Ejecutivo ha querido transmitir.
Los casos de su esposa, Begoña Gómez, y de figuras como Santos Cerdán, sumados al de su hermano, componen un retrato de poder que se ejerce con opacidad, lealtades cruzadas y beneficio personal.
El caso de David Sánchez no es simplemente una infracción administrativa: es un símbolo de cómo el poder puede deformar la lógica del servicio público cuando los intereses personales se imponen sobre los criterios de mérito, legalidad y transparencia. A medida que se acerca el juicio, crece la presión para que el Ejecutivo asuma responsabilidades políticas por las redes de privilegio que lo rodean.
La interrogante ahora no es si David Sánchez tuvo un puesto no reglamentario, sino hasta qué nivel se ha ajustado el sistema institucional para resguardar a sus seguidores. Y si el presidente del Gobierno tiene la capacidad —o la voluntad— de contestar de manera clara al respecto.